lunes, 3 de junio de 2013

Sindicalia o el tratado tarado de los sindicatos I



Déjenme hablarles de mí por un momento.

Políticamente provengo del sindicalismo. Sí, sí, han oído bien. De ese sindicalismo con estructuras, con presidentes (o Secretarios), representación, elecciones, campañas, manifestaciones, delegados, consignas, proclamas, soflamas, reflamas, inflamaciones varias… En ese tipo de sindicato es en el que estaba.

¿Estaba? Exacto. Ya no estoy: me echaron. Después de varios años de trabajo, decidieron que mi cansancio exacerbado y mi depresión galopante se debían a que mi compromiso se había diluido y aprovechando que me estaba planteando denunciar a mi jefe por corrupto, me echaron. Después de ello, dicho jefe se amarró a la silla del poder echando sobre sus hombros la pesada carga de cinco cargos internos más, no fuera que con uno le tuvieran por la poca cosa que era y se convirtió en el Multipresidente Vitalicio.

Muchas cosas se dicen de los sindicatos, la mayoría malas y las pocas buenas que se dicen se apela a ellas como la excepción que confirma la regla. Cuando entré conocía toda esa mala fama y a pesar de ello quise entrar, entre optimista e ingenuo. Las personas me parecieron buenas y me pareció percibir espíritu de grupo. Apartar por un momento mis tareas de muevepapeles y dedicarme a la representación de mis compañeros dentro de un ambiente adecuado era una buena perspectiva. Ingenua, pero buena.

Luego ya me encontré con la realidad.

Porque uno, considerando las cosas en abstracto, así, a la ligera, piensa que en este tipo de grandísimas organizaciones lo que impera es el espíritu de equipo y la defensa de los intereses de todos los ciudadanos y ciudadanas oprimidos (¿cómo si no han conseguido ser tan grandes esas organizaciones?). Vale, tenía que haber puesto mi cada vez más mermada faceta de historiador a trabajar y haber buscado respuestas más documentadas acerca de cómo la mayor parte de las revueltas de oprimidos estaban guiadas por nuevos opresores, una especie de mezcla de Rebelión en la granja con El Gatopardo.

Consideraciones aparte, yo tampoco es que me viera guiando a la masa de oprimidos frente a los opresores. No tengo madera de líder, a pesar de que ahora me encuentre al frente de PATRAÑA… Pero me parecía que en una negociación por el calendario laboral tampoco lo haría del todo mal.

Así las cosas, un buen día recogí mi bote de bolígrafos del despacho en el que trabajaba y me lo llevé a la sede de un sindicato.

Eso mismo que estás pensando: me convertí en un liberado.

LI-BE-RA-DO. No me negaréis que la palabra es épica. Si el que la escogió era sindicalista, directamente esa persona era gilipollas. Si quien la escogió pertenecía a la patronal, era todo un cabrón (y no digo cabrona porque no suele haber muchas mujeres en la patronal). La palabra de por sí es casi una declaración de intenciones: estás libre, eres libre, vuelas a tu antojo cual abeja en primavera… es decir, que no tienes que trabajar.

Y ahora es cuando me toca romper una lanza a favor de todos los liberados y liberadas (al contrario que la patronal, hay bastantes liberadas) que trabajan a brazo partido. Son pocos, pero los hay. Y trabajan mucho. De hecho, trabajan tanto porque tienen que hacer su trabajo y el trabajo de todos los demás liberados que no trabajan, motivo por el que cada vez son menos los trabajantes.

Lo que quiere decir que si alguna vez te liberas, estimado lector, asegúrate que es para rascarte los huevos a dos manos, porque si te liberas para trabajar, te vas a hartar. Y el día que decidas bajar el ritmo y dejar de sacarle las castañas del fuego a los que ni aparecen por el despacho, alguien decidirá que tu implicación ya no es la misma y que no estás cumpliendo las obligaciones contraídas con los trabajadores y trabajadoras… acabarás sin saber muy bien cómo devolviendo tu bote de bolígrafos al lugar del que nunca se debió mover, con una sensación plusquamamarga en la boca y una marca de zapato de doscientos euros en tu culo. Darán igual tus argumentos, se aferrarán al hecho inequívoco de que tú antes trabajabas mucho y ahora menos. No como tu compañero, que antes no trabajaba nada y ahora el doble: nada de nada.

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