jueves, 6 de junio de 2013

Sindicalia II: de manifa



Una de las primeras cosas que más me alucinó al principio fue el tema de las manifestaciones. Y no me estoy refiriendo a esas enormes manifas que acompañan a una Huelga General, por ejemplo, o que defienden el mantenimiento de un servicio público irrenunciable. Crear esas manifestaciones es un trabajo enorme y grato, aunque la resaca suele ser muy mala ya que los efectos que se pretenden no suelen parecerse a lo esperado.

Me refiero sobre todo a aquellas otras más pequeñas que se realizan por unos minutos frente a una institución o centro de trabajo para denunciar una situación local. Del tipo “Por el convenio colectivo de los trabajadores de Autobuses Urbanos” o “Por la mejora de la atención al público en la Subsección de la sucursal de la subsede de la subdelegación en la localidad de Ciencaminos”. Son casos en los que HAY que hacer una manifestación, con pancarta reutilizada y asistentes pescado a lazo, porque una foto en el periódico vale más que mil asambleas.

Y la principal dificultad que tienen es que los propios trabajadores afectados no quieren asistir y en el mejor de los casos asiste un 2% de los mismos (téngase en cuenta que a veces se trata del 2% de muy poco).

No asisten por causas muy variadas. Entrar a valorarlas todas quizá sea otra historia que deba ser contada en otro post o en otro blog o en otra vida. Pero normalmente la culpa la tienen los propios sindicatos y como no podía ser de otra manera, la patronal.

El miedo a la represalias de la patronal es lógico por parte del trabajador y más cuando se trata de una manifa pequeña donde fácilmente se identifican a los participantes.

Por ello, en este tipo de manifas los sindicatos suelen recurrir a su equipo de manifestantes. Es una de las principales funciones de los liberados: asistir a manifas. Por lo general sin informarte de a qué ámbito laboral pertenece la protesta o qué es exactamente lo que se reclama. La función principal es agitar la banderita con los colores corporativos y, en el colmo de la participación, tocar el silbato hasta que se rompe (las tiendas de los chinos no saben cuánto de su negocio le deben a los sindicatos y sobre todo en esta época de crisis en la que hay manifestaciones diarias).

A veces hay que repartir fotocopias con las reivindicaciones, lo que tiene un riesgo cuando eres parte del equipo de manifestantes. Como te han avisado con diez minutos de antelación del dónde y del cuándo, es materialmente imposible enterarse del porqué. Así que te pones a repartir unos papeles que malamente has leído (incluso aún están húmedos de imprenta) mientras preparas mentalmente respuestas para cuando llegue el/la inevitable ciudadano/a a preguntar que de qué va eso. Por el rabillo del ojo pescas dos palabras del panfleto y las juntas con otras de carácter genérico: “Justicia en la Calidad del Servicio, señora”, dices; “Solidaridad con la Delegación al Público, caballero”, añades. Procuras poner cara de que lo que has dicho tiene algún sentido y sobretodo simulas algún gesto de autoconvencimiento que haga desistir al interlocutor de continuar preguntando. Un gesto del tipo “usted ya sabe lo que le estoy contando”, pero como quiera que ese tipo de gestos faciales no existe, simplemente terminas de repartir muy rápido para sumarte a la masa (masilla, más bien) detrás de la pancarta donde sólo haces bulto y qué a gusto se está así, oyes.

Terminado el acto (más o menos cuando los fotógrafos se han ido), se recogen con cariño la pancarta y los banderines y se toman unas cañas.

Alguna vez, sólo alguna vez, las manifas terminan con una reunión con la patronal, aunque sólo sea para que los de los silbatos se callen. Entonces, lo primero que dicen es: “ya sabemos que esos que están ahí abajo no son trabajadores de mi empresa”. Claro, tus trabajadores pasan de poner peor su situación laboral. Tú finges que eres buen empresario y yo finjo que mis manifas tienen éxito.



Y así funciona.

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